En los pueblos, la planificación y el desarrollo deberían ser la base de cualquier política pública. Sin embargo, durante años, tanto el gobierno provincial como el nacional han demostrado que las prioridades no son fijadas con un criterio racional y estratégico, sino que las obras y decisiones se toman según la conveniencia o el capricho del gobernante de turno. Como consecuencia, hoy vivimos en una realidad donde, ante cualquier temblor, se cae la estantería.
¿Por qué sucede esto? Porque no se prevén las cosas, no se planifica con visión de futuro y no se construyen sistemas sólidos que permitan el crecimiento y el desarrollo sostenido. Cada nueva gestión llega con su propia agenda, desmantela lo anterior y arranca desde cero, como si el progreso de los pueblos fuera un simple borrón y cuenta nueva.
Las obras que verdaderamente importan, las que mejoran la calidad de vida y potencian el desarrollo, quedan postergadas en favor de proyectos que responden a intereses circunstanciales. Mientras tanto, las necesidades esenciales de los pueblos—infraestructura, salud, educación, conectividad, siguen con remiendos.
Entonces, ¿cuáles deberían ser las prioridades de una comunidad? En primer lugar, garantizar el acceso a servicios básicos como agua potable, energía y saneamiento. La educación y la salud deben ser pilares fundamentales, asegurando que cada ciudadano tenga acceso a instituciones de calidad. La infraestructura vial y el transporte también juegan un papel clave en la conectividad y el desarrollo económico. Además, es esencial fomentar fuentes de empleo y oportunidades productivas que permitan a la comunidad crecer de manera sustentable.
Lo que necesitamos es un sistema de gestión que trascienda los mandatos políticos, que garantice la continuidad de proyectos estratégicos y que establezca prioridades reales basadas en las necesidades de la gente. Sin planificación, sin una mirada a largo plazo, los pueblos seguirán dependiendo de la improvisación y la inercia de gobiernos que gobiernan sin rumbo.
Es hora de exigir políticas que piensen en el futuro y no solo en el presente inmediato. Los pueblos merecen un desarrollo sostenido, con decisiones que se mantengan y evolucionen en el tiempo, sin quedar a merced de los cambios políticos. Porque sin bases sólidas, ante el menor temblor, todo se derrumba.
Ojalá lo que no ha sido, empiece a ser. Es difícil, peor no imposible, y, si un gobernante no recibe el apoyo, sin pensar si le conviene o no, debe decir “yo quisiera hacer tal cosa, en vez de lo que me dan, pero no tengo el apoyo para eso”, y allí, quizás, todo un pueblo salga a defender su idea, que sería la de la mayoría, seguramente.